El campo magnético terrestre muestra un área cada vez más débil entre África y Sudamérica, y la ciencia busca entender qué la provoca.
17 October 2025 | Fuente: Agencia Espacial Europea - ESA
El campo magnético terrestre, ese escudo invisible que protege nuestro planeta de la radiación cósmica y del viento solar, está mostrando señales de debilitamiento preocupantes. Según los últimos datos recopilados por la misión Swarmde la Agencia Espacial Europea (ESA), una zona de baja intensidad magnética situada entre Sudamérica y el suroeste de África —conocida como la Anomalía del Atlántico Sur— se está expandiendo y desplazando lentamente hacia el oeste.
Esta región, que ya desde hace años intriga a la comunidad científica, ha crecido y se ha dividido en dos zonas distintas de mínima intensidad, lo que indica que los procesos en el núcleo terrestre son más complejos de lo que se creía.
La ESA describe el fenómeno como una especie de “depresión” en el escudo magnético, donde la protección del planeta frente a las partículas solares es más débil. En esta área, los satélites y naves espaciales que orbitan la Tierra son especialmente vulnerables a la radiación, pudiendo sufrir fallos electrónicos temporales o degradación de sus componentes.
El campo magnético terrestre se genera por los movimientos del hierro fundido en el núcleo externo del planeta, que actúan como un gigantesco dinamo natural. Estos flujos no son estáticos, y las variaciones en su velocidad o dirección pueden alterar la intensidad del campo.
Los científicos de la ESA explican que el debilitamiento actual no implica un peligro inmediato para la vida en la superficie —gracias a la atmósfera—, pero sí podría ofrecer pistas sobre un posible cambio a largo plazo en la polaridad del campo magnético, es decir, una inversión de los polos.
A lo largo de la historia geológica de la Tierra, estas inversiones se han producido varias veces, aunque los investigadores subrayan que no hay indicios de que esté ocurriendo ahora mismo.
La misión Swarm, lanzada en 2013, está formada por tres satélites que miden con gran precisión las variaciones del campo magnético terrestre y sus fuentes: el núcleo, el manto, la corteza, los océanos, la ionosfera y la magnetosfera. Gracias a estos datos, la ESA ha podido seguir la evolución de la Anomalía del Atlántico Sur en la última década, confirmando su expansión y un segundo punto de mínima intensidad frente a la costa africana.
“Es fundamental seguir observando este fenómeno, porque nos ayuda a comprender mejor cómo funciona el motor magnético de la Tierra”, explicó Jürgen Matzka, investigador del Centro Alemán de Investigación en Geociencias (GFZ) y colaborador de la misión Swarm.
El campo magnético terrestre actúa como un escudo que desvía la mayor parte de las partículas cargadas del viento solar. Aunque en la zona de la Anomalía del Atlántico Sur el campo es más débil, la atmósfera sigue ofreciendo una protección eficaz frente a la radiación solar y cósmica.
En otras palabras: no hay peligro para las personas, animales ni ecosistemas en esa región.
Donde sí se nota esta debilidad es en el espacio, a unos cientos de kilómetros sobre la superficie terrestre. La Anomalía del Atlántico Sur es una “zona caliente” para los satélites que orbitan la Tierra, especialmente los de órbitas bajas (como la Estación Espacial Internacional). En esa región, la radiación penetra más fácilmente y puede provocar:
Errores en los instrumentos electrónicos.
Reinicios o apagones temporales de sistemas.
Degradación acelerada de componentes sensibles.
Por eso, agencias como la ESA y la NASA ajustan las órbitas o suspenden temporalmente ciertas mediciones cuando las naves cruzan por allí.
Aunque este fenómeno no afecta directamente a la observación astronómica ni a las actividades de astroturismo, sí despierta la curiosidad de quienes miran al cielo y se preguntan cómo los procesos invisibles de nuestro planeta influyen en su relación con el espacio.
El debilitamiento del campo magnético es también un recordatorio de la delicada interacción entre la Tierra y el Sol, un vínculo que moldea no solo las auroras y tormentas solares, sino también la estabilidad tecnológica de nuestra civilización.
La ESA continuará monitorizando la evolución de la anomalía mediante la misión Swarm y otros satélites del programa FutureEO, con el objetivo de mejorar los modelos geofísicos y anticipar sus posibles consecuencias.